jueves, 6 de diciembre de 2007

Trampa

Esto pasó hace algún tiempo pero lo recordé hace poco. Es increíble lo vigente que pueden estar aún, frases como estas.

J: estoy buscando un disfraz sexy
P: de enfermera o algo así?
J: psé, pero tiene que ser bien perra
S: entonces ponete el de colegiala, ese calienta
J: no... de colegiala no, por sus hijos que van TODOS al colegio

lunes, 13 de agosto de 2007

La nena y yo

Siempre fui muy enamoradiza. Soñaba despierta con ridículas historias de finales felices, en donde el ''chico'' de mis sueños me pedía que fuésemos novios y yo me pavoneaba a su lado hinchada de orgullo por la conquista que, en la vida real era absolutamente imposible.

En el colegio, todas las chicas suspirábamos por alguno. Bestiaria afirma que el afortunado galán es aquel que corre más rápido. En mi caso, y para no ser menos, también me enamoré del que corría rápido y del gracioso/chistoso y del rebelde repetidor y del que se tiraba valientemente del trampolín más alto de la pileta. Todos tuvieron sus poco merecidos corazones con nombre y apellido en alguna hoja de la carpeta, o en algún rincón de mi destartalada y manoseada agenda donde también pegoteaba, entre otras cosas, envoltorios de golosinas, cajas de cigarrillos, entradas de cine o fotos de artistas.

No puedo describir con facilidad lo que he sentido por cada uno de ellos porque ha pasado algún tiempo, así que voy a dedicar este post al único que creo, lo merece. Ya verán ustedes por qué.

Vengo de un barrio de provincia. Es natural que los vecinos compartan colegio, club, Iglesia, plaza, etc. En este caso, ambos asistíamos al mismo colegio pero en diferentes turnos. No obstante, gozaba del privilegio de verlo en el club prácticamente todos los días de la temporada de verano. Mi mamá nos había hecho socios a mi hermano y a mí y yo no faltaba un día. Sin embargo, jamás toqué el agua de la pileta e incluso, entraba al solarium vestida de pies a cabeza, un poco por trauma corporal púber /adolescente, otro poco, por inseguridad. Mi masoquismo diario consistía en perecer bajo el sol, con un grupo de chicas con los mismos síntomas y personalidades, hablando idioteces del colegio, de chicos, de ''asaltos'' de música y comida durante horas mientras mirábamos, nerviosas y embobadas a ELLOS. Ellos eran, el motivo de nuestra presencia ahí. Desde luego, ELLOS no tenían complejos. Se tiraban de bomba, apostaban ''una coca'' a ver quién hacía triple mortal desde el borde, competían bajo el agua y salían morados de asfixia, nadaban molestando al resto y siempre reían, tan infantiles. El también pertenecía a ese grupo, afortunadamente para mí, porque lo tenía a la vista todo el tiempo.

En esa época yo era una más del montón, con bastantes kilos de sobra y un poco más desarrollada que el resto de las chicas. En síntesis: los chicos no se fijaban en mí. Por lo menos los que me gustaban. El, muchísimo menos.

Yo sabía que él iba a la pileta todos los días y esperaba hasta el desmayo que finalizara el horario del mediodía, en donde nos cerraban las puertas del natatorio para que las viejas pudieran asolearse y nadar tres largos en 40 minutos. Cuando el reloj daba las 3, corríamos a los vestuarios, pasábamos por el control y nos instalábamos en nuestro lugarcito predilecto en el solarium: una terraza balcón, donde teníamos vista completa a los trampolines, a la pileta, a la calle, al quincho y al parque. Perder ese lugar, significaba pasarla muy mal.

Como una fiera que espera paciente la llegada de su presa, yo esperaba su arribo. No quitaba los ojos de la entrada y cada chico que salía era una decepción diferente. Pasaban los minutos como si fueran siglos.
Disfruté mirarlo todos los días que fue al club. Disfruté las fantasías y disfruté las pocas veces que, por casualidad, cruzamos miradas. Todas las noches me dormía con música cursi sonando a todo trapo en los auriculares, mientras soñaba que me quería.

Llegaron las clases y un día de frenética y enloquecedora lluvia, me encontré sola en la puerta del colegio, esperando que salga el sol. Dos vecinos me dijeron que se iban caminando. Cambié de parecer y me fui con ellos, al final, acompañada, la lluvia no es igual. Sin darme cuenta, él apareció de la nada y se sumó. Sentí taquicardia y creo que mi cara se puso de mil colores cuando me saludó con total naturalidad y hasta creo que me dijo algo de: ''te vi en el club'' o ''...del barrio...''. Juro que no lo recuerdo. Caían cataratas del cielo y en las calles no había autos, ni gente, claro. Para mí, el escenario era encantador y maravilloso. Estaba con él caminando a la par, e incluso, riendo y charlando como viejos amigos. ''Se dará cuenta de lo que me pasa?'', rogaba que no.
El resto de los chicos fueron separándose hacia sus casas y quedamos solos. Seguía lloviendo. Nosotros vivíamos a cuatro cuadras. Llegamos a la esquina levanté la vista y lo miré empapado. Qué ganas de darle un beso. Hubiese sido tan ideal, tan perfecto. No pasó.

Se despidió amablemente con un saludo habitual y cruzó la calle. Muerta de frío volví a casa. Me sentía feliz. Me había acercado a él por primera vez y sentí que algo empezaba entre nosotros. Me equivoqué.

Muchas veces más nos vimos y busqué señales de su parte, hablábamos, compartíamos algunas cosas pero siempre nos envolvía un aire amistoso. Me resistía a no tenerlo. Sabía que él no me correspondía ni un poquito pero lo negaba con el dolor de la resignación y un forzado desinterés. Alguna vez tuve que aceptarlo. Tampoco recuerdo cuándo fue.

Otras historias y otros sucesos nos fueron distanciando. Yo cambié de colegio, de amistades, de ambiente. Inevitablemente fui olvidándolo y pasó a ser un recuerdo impreciso de todos esos episodios que habíamos compartido.

Unos diez años después, salí una noche con mis amigas. Fuimos a divertirnos, estábamos de muy buen humor y con necesidad de pasarla bien. Me sentía radiante y segura. Era verano. El lugar empezó a llenarse compulsivamente y nos ubicamos en un sector estratégico para embriagarnos y bailar.

En la oscuridad de la enorme pista, y tratando de escapar del gentío, me crucé con él. Seguí de largo pero quedamos casi enfrentados.Pude observar en un segundo que él, tenía más interés del que tenía yo. Me tocó la cabeza y me dijo:

- perdida... - buscando acercarse.
- hola! - Sonreí.

Nos abrazamos. Charlamos a los gritos algunas estupideces para romper el hielo. Yo estaba borracha y una electricidad me corría por las venas. Pensaba en la ingratitud de la adolescencia, en todo lo que había sufrido por él y ahora, lo tenía ahí tratando de descubrir cada parte de mí, diciéndome cuánto había cambiado - ''Estás hermosa'' - Hablaba sin sacarme los ojos de encima. Me incomodaba pero me hacía bien. Me tomaba de las manos y quería acercarse más. No pude resistirlo. Estábamos tan cerca y yo tenía tantos besos pendientes con él. Nos acercamos cada vez más hasta que suavemente acercó su boca a la mía y me besó. Estuvimos un largo rato besándonos. Para mí, se habían ido todos. Me concentré en ese beso para recordarlo siempre. Alguien nos empujó y bajé a la tierra. Lo miré sin decir nada y dándole una excusa cualquiera me fui de ahí y no volví. Supuse que me veía alejándome, no lo sé.

Fue lindo, sí, pero no quería más que eso. Creo que más que quererlo, me lo debía. Además ya no era lo mismo.

La noche continuó su paso y no lo vi más.

A la madrugada, ya de día, me recosté en el asiento del auto que me llevaba a casa y cerré los ojos. Sonreí pensando en los giros inesperados que tiene esta vida pero más que nada, pensando en mí diez años atrás. Y ahí estaba yo, enamorada y confundida, incapaz de conquistarlo. Creo que medio dormida, le guiñé un ojo.

jueves, 2 de agosto de 2007

Camino del Inca. El final.

Me habían dicho que el día final comenzaba muy temprano. A eso de las 4 (AM!!) siento los manotazos en la carpa y otra vez el vamosh, arriba, arriba amigosh. No entendía nada. Qué sueño. Todavía con el pelo mojado y los ojos cerrados empecé a ponerme las zapatillas. Rachel estaba en lo mismo. Ese día era todo mío y lo había esperado tanto que por poco y le hablo.

Rápidamente salí de la carpa y grité: ''Córdobaaa!'' Los cordobeses con voz de ultratumba me gritaron alguna incongruencia y como ciega llegué hasta ellos. A partir de ese momento empezamos a caminar por el ripio de precipicio a oscuras y con esa linterna bendita. No había tiempo de hacer preguntas, todos caminaban velozmente y queriendo llegar a algún lado. Imagino que a las ruinas pero todos sabíamos que faltaban horas para eso.

La luz llegó rápido y fue un espectáculo emocionante. Ese punto de la montaña con el alba y el sonido de los pasos nos dejaban sin habla. Estaba empezando a amanecer cuando nos topamos con La Puerta del Sol. Una muralla de piedra que había que escalar. Así lo hicimos y al cruzar me encontré con una interesante cantidad de personas que avistaban enmudecidos el acontecimiento más adelante. Allá chiquitas, pero visibles, las ruinas, con el sol que asomaba, con ese cielo tan claro.

No lo esperaba y me quedé pasmada, sin dejar de mirarlas. Pensé muchas cosas, frases hechas, cursilerías pero qué paz que sentí.

Lo que quedaba hasta llegar a ellas no fue muy largo pero la ansiedad era insoportable. Parecía un laberinto que no terminaba más y las ruinas se veían cada vez más cerca.

Por fin llegamos a la entrada. Qué horror. Todo comercializado cual entrada a Temaikén. Molinetes, ventanillas, negocio de buzos de llama y alpaca, restaurante y café.
Nuestro guía esperaba y corrimos a su encuentro. Todo lo que dijo fue de memoria pero no importaba, sonaba igualmente mágico. Me tomé un tiempo largo para recorrer las ruinas sola. Lo necesitaba. Caminé un poco más, fui por todos los rincones. Me llené de ese aire, de esa energía.
Me recosté con los cordobeses a tomar sol y a charlar un poco más. Traté de quedarme lo más que pude hasta que el reloj me recordó que tenía que encontrarme con mi grupo para partir.

Me despedí con una mirada y con una tristeza terrible. No quería irme! Me subí a la combi y me depositaron en Aguas Calientes, el pueblo que está, podría decirse, a los pies de las ruinas. Es pintoresco y precioso. Altas montañas rodean una feria. Pocos hoteles se destacan entre la humildad de las viviendas. Algunos restaurantes, algunos casas por construir, caminos de tierra.
Nos encontramos en una pizzería a comer algo y a intercambiar trivialidades (Buenos Aires versus Londres, idiomas, cómo se dice cerveza? Vos sos holandés? Así que Galápagos es muy caro? etc, etc.).

Con la panza llena llegamos al tren que nos conducía a Cuzco. Esperamos un rato en la terminal repleta de gente y cuando caía la tarde, emprendimos el regreso. En el tren me ubiqué con los cordobeses y un italiano que estaba piradísimo.

Lloré durante el primer tramo. No sabía por qué pero miré por la ventanilla y dejé que pasara. Me vino bien. Todos me vieron pero fingieron que no. No quería hablar ni que me hablaran. Después de todo aún faltaban algunas horas para llegar. Teníamos tiempo.

Llegamos a Cuzco y con los cordobeses tomamos un taxi para el centro. Por el rabillo del ojo vi a Rachel que se acercaba y escuché algo así como: a dónde van? Donde están parando? No contesté. Entre el lío de la estación más el cansancio y agregando que no me importaba en lo más mínimo y que olía como un batallón de pescado podrido, me metí rápidamente en el taxi y con seriedad le dije desde adentro: todavía no sé pero me esperan. Chau, Rachel, cuidate.

Cuzco me pareció más linda que nunca. Lloviznaba y sentí que me estaba esperando. Los cordobeses estaban parando en otro hostel pero quedamos en encontrarnos para comer y salir. Ellos partirían hacia Córdoba al día siguiente bien temprano. A mí me quedaba un día más. No me gustó nada pensar que iba a estar sola. Me había acostumbrado a ellos.

Llegué al hostel y me esperaba una habitación enorme con 5 camas pero en planta baja y mucho mejor que la otra. Con el tiempo justo, me bañé, me cambié, acomodé un poco mis cosas y salí. Hacía frío pero me sentó bien. Tenía la cara ardiendo del sol de Machu Picchu. No era una noche particularmente feliz. Estaba melancólica y pensativa.

Fuimos a comer y nos siguieron dos peruanas. Ellos me contaron que ambas los perseguían desde que llegaron. Los acosaban para ir a bailar al antro para el que laburaban. Repartían tarjetas en la calle y te metían prácticamente de los pelos ofreciéndote Cuba libre por 3 soles. Un regalo.

Las chicas nos miraban comer pero estaban derretidas por estos dos personajes. Me divertía mucho la situación.
Luego fuimos a brindar y a ponernos en pedo al boliche este de cuatro paredes, una barra don dos botellas, tres mesas, y una luz roja como única iluminación. Estaba lleno de turistas vestidos de montañeses. No había producción ni maquillaje. No es el mismo ambiente que podés encontrar acá. Allá los mochileros se juntan a chupar hasta la insania y cuando se desinhiben por completo, salen a la pobre pista de cemento a espantar a todos con sus movimientos de robot con epilepsia.

En una mesa nos sentamos los cinco. Parecía que sobraba alguien pero ellos no tenían interés en las peruanas así que me quedé tranquila. Saqué algunas fotos por una ventana que daba directo a la plaza, me tomé unos tragos y el resto de la noche traté de olvidarme de todos los problemas que me esperaban en Buenos Aires y de mi tristeza.

Nos entonamos rápido. Una de las peruanas le tiraba la boca abierta al cordobés 1. El cordobés sólo quería charlar y no sabía cómo esquivarla. Le corrió la cara más de una vez. Humillante.
Con el otro nos moríamos de risa (su peruana había desistido). Hablamos idioteces típicas de borracho pero vinieron bien para despejar. tatuajes, futuro, otros viajes, deporte, chupi.

En un momento di por terminada mi noche y como odio tanto las despedidas, abracé y besé a cada uno de ellos, despidiéndome para siempre. Lloré mientras abrazaba a mi cordobés 2, porque lo iba a extrañar de verdad y porque me dolía el alma no haber tenido más tiempo para conocerlo. Hubiésemos tenido tanto en común.

Volví al hostel, me desvestí en silencio, me abrigué y me acurruqué sola en la cama helada. Qué cansancio. No quería sacar cuentas de las horas que había dormido en 4 días ni tampoco las que había caminado. No recuerdo más, pero creo que me desmayé.

A las 6 de la mañana, sentí la puerta que se abría y tres venezolanos que entraban a dormir. Los miré de reojo pero no hablaron y se acostaron volando. Hice un pacto con mi cuerpo y decidimos recuperar fuerzas. Las ganas de hacer de turista me habían abandonado y preferí descansar. ''Amanecí'' a las 4 de la tarde. Subí a la terraza y me quedé ahí un rato, viendo los techos mientras recopilaba imágenes perfectas de mi travesía.

Cuzco de mi vida. Te dejé un pedacito de cuore por ahí.... Ahora es tuyo.

FIN
18/08/2000

miércoles, 1 de agosto de 2007

Camino del Inca, día 3

Nos levantaron de noche y a los gritos. Vamosh, vamosh, arriba! Los porteadores golpeaban y pateaban las carpas, creo que acostumbrados a los remolones que atrasaban todo.

Dormí poco, como de costumbre y el despertar se hacía cada vez más duro y fastidioso. Cambiarse rápido, no hacer contacto visual con Rachel y tener la cabeza puesta en el lugar que te esperaba para hacer pis: algún pozo lleno de moscas y chapas oxidadas haciendo las veces de ''biombo'' pero que al final, no tapaban nada y terminabas rezando para que nadie te viera.

Luego de un desayuno abundante empezamos a caminar. Este día fue un poco más simple y acompañado por los haraganes que se suman ese día (ellos compran la excursión de la caminata de un día y medio, chantas). Los agotados y los frescos se diferencian a simple vista. A estos últimos te los cruzás excitados, sonrientes y limpios. Los odiás. Ellos no van en silencio, paran mucho y sacan 25 fotos por paso.

El camino se hace bondadoso. Los paisajes son maravillosos y verdes. Se camina bien, parejo e incluso con ánimo. Por suerte pude andar a la par de los cordobeses y nos reímos bastante gastando a ''la roña'' y hablando estupideces.

La noche nos tomó por sorpresa. No teníamos más que esa linterna y yo pensaba en todas los insignificantes e inservibles cachivaches que llevaba el porteador en mi mochila y que hubiese cambiado sin pensarlo por una linterna, un farol o una antorcha.

Finalmente llegamos al campamento y pensé que había masticado demasiadas hojas de coca porque me encontré con un lugar enorme, una especie de bar gigante, vestuarios, ducha, bebidas, civilización. Me provocó algo extraño.

Lo primero que quise fue bañarme, Dios mío, una ducha. No podía creerlo. Había que sacar ficha y hacer cola con toallón y muda, más jabón, shampoo y demás. Si no habías tenido la picardía de llevarlos, qué importa, si total en el super bar te vendían todo.
Cuando llegó mi turno, una peruana en la puerta se apoderó mecánicamente de mi ficha (es una especie de pase a la ducha) y me dijo algo inentendible. Pudo ser : ''tiene x minutos para bañarse'' o ''lávese bien las partes''. Vaya uno a saber. Asentí y entré.

El vestuario tenía pocas duchas y ninguna cortina. De cárcel. No tengo problema en mostrar mi desnudez pero me pareció demasiado. Una italiana me miraba con cara de ''y sí, es lo que hay''. Me apuré y me bañé zapateando porque el agua estaba entre tibia y fría. Me cambié íntegramente, qué placer sentir la ropa sobre el cuerpo limpio.

Cuando llegamos al gran bar (se servía la comida ahí), matando un poco el tiempo nos pusimos a cebar mate y empezaron a caer los demás. Como ninguno entendía español, la charla venía así.

Cordobés 1: che, fíjense en los gringos, hijos de puta, no se bañó ninguno
Yo: por favor, decime que Rachel sí
Cordobés 1: no vino, debe estar bañándose
Yo: si se bañó, duermo abrazada toda la noche
Cordobés 2: hay un chino que me mira el mate. No esperará que le convide, no?
Yo: (al chino) querés probar?
Chino: .....
Yo: (mostrando el mate) do you want to try?
Chino: .....
Cordobés 2: Mate feo, chino, no te va a gustar, decile que no
(Risas)
Yo: me doy por vencida

El chino, agarra el mate y lo huele, se ríe y le pongo agua. Le hago gesto de ''chupá la bombilla''
Chupa. Un sorbo. Lo devuelve. La cara es de agradecimiento pero fruncida. Está claro que no le gustó. Eso sí, lo chupeteó bien y dejó la yerba flotando en el agua. Así y todo, agarro el termo y agrego un poco más. Le doy al cordobés 2.
Cordobés 2: culeada
Yo: te tocaba a vos, no me lo voy a tomar yo...

Los ingleses también miraban y también tomaron. Charlamos por primera vez. No pude evitar sacar el tema del baño. Con mucha sutileza dije que me parecía extraordinario poder bañarse luego de tres días de camino, tierra, etc. Ni se pasmaron. Una rubia boba me dijo que a ella no le importaba, riéndose añadió: ''un día más un día menos, no hay diferencia''. Andá, mugrienta. Odio que no se desesperen por estar limpios.

Llegó la comida. Carne con arroz, salsa, queso. Pedimos una coca enorme. Al rato se largó la música a todo trapo. Algunas argentinas de otros grupos salieron a putanear y revolear el culo a la pista. No tenía nada que ver. Me pareció tan patético.
Nos levantamos, prendimos la linterna y nos fuimos a las carpas que estaban en un sector atrás del bar. Era una noche fantástica y colmada de estrellas.

Rachel ya estaba acomodada y dormía. Mierda! Yo olía a bebé y ella, para despejar todas mis dudas, olía a matadero abandonado. Claro que ni pasó por la ducha. ''Ya está'', pensé, no voy a dejar que este episodio me arruine el viaje. Me conformó pensar que era mi última noche con ella. Después, con suerte no la vería nunca más. Cerré los ojos y con la música todavía sonando de fondo, me fui quedando dormida.

martes, 31 de julio de 2007

Cuzco, parte III (en algún momento terminará)

Me desperté al día siguiente desesperada por salir de la carpa y vestirme rápido antes de que Rachel despertara. Amanecía sin lluvia pero con frío y humedad. Estaba oscuro todavía.
Me dijeron que los ''porteadores'' (muchachos que suben y bajan de las ruinas casi todos los días de sus vidas y con 3 toneladas de peso en la espalda) cobraban la módica suma de 16 soles (en ese entonces, unos 4 pesos argentinos, una ganga), por llevarte la mochila hasta el próximo campamento. Fue mi salvación. Subí más liviana, sólo con mi agua y mi cámara de fotos.

Me sentí muy sola. El camino fue difícil y me llevó dos horas más que al resto. Hice muchas paradas en las que aproveché para respirar y tomar sorbitos de agua. Los porteadores seguían pasando y los perdía rápidamente de vista. Qué admirable esos tipitos de piel y hueso que cargan los objetos más insólitos en sus espaldas de mula. Andan en sandalias por el ripio y ropa muy liviana. Jadean y sudan pero van, van y van.

En el trayecto podés toparte con alguna cosa insólita como niños vendiendo bebidas, alguna casita de barro, animales.

En una de estas paradas y cuando avistaba el camino más adelante, me senté en una roca a descansar. Venía un peruano un poco más viejo y con menos carga pero me vio sola y se sentó a mi lado. Me miró, estaba cansado y sacó una botellita de agua color verde y muchas hojas de coca en el fondo.

- Va a las ruinas?
-.... (pero, este camino a dónde conduce si no?) ehp sí. Usted?
- Yo bajo antes
- Ah... Me senté un ratito porque estoy muy cansada (al borde del llanto, como si fuese mi terapeuta, quería contarle todo)
- Quiere un poco? (Me ofrece su brebaje)
- Tengo, gracias
- Bueno, señorita, yo voy a seguir. Fuerza que falta poco
- Chau (por favor no me dejes).

Y se fue.

Caminé un poco más, subí, toqué nieve. Creo que era algo así como el punto más alto de la montaña. Luego hay que bajar por unas rocas y poner mucha atención. Una caída ahí y te quebrás algo seguro. La fuerza por frenar a tiempo más el cansancio y el estrés, fueron a dar a mi tobillo y llegué renga y como pude al campamento, luego de 10 horas de caminata.
Uno de los cordobeses me abrazó. Creo que visualizó que me costaba y que tenía cierto mérito haber llegado (viva) a ese punto. El tercer día, decían, era el más fácil así que celebramos por eso.

La noche se presentó maravillosa. Comimos adentro de una carpa enorme un guiso caliente y bien preparado. Estábamos muy cansados pero yo no quería meterme en la carpa tan pronto. Esa noche por ley, había que disfrutarla. Teníamos una linterna entre los tres, y allá arriba no hay ninguna otra luz. La oscuridad era negrísima y sin luna. Iluminamos hasta una roca, nos sentamos y charlamos un poco más.
Volví a mi carpa del horror donde ya dormía la ''roña'' (bautizada por un cordobés) y el olor me dio pánico. Yo no pagué para padecer esto. Pero bue. Me encerré en mi bolsa de dormir, e intenté conciliar el sueño. Uno de los porteadores se puso a cantar algo en otro idioma (quechua, creo), parecía un ritual. Me pareció magnífico. Me asomé. Lo ví sentado de cuclillas, con sombrero y los ojos cerrados. Algunos otros curiosos también se asomaron. Hubo miradas de complicidad. Un inglés me sonrió y guiñó el ojo. Era nuestro ese momento. Que se jodan los que duermen. Cuando el hombrecito dio fin a su ceremonia, y sin pasmarse por los espectadores, desapareció. Yo me quedé despierta y fantaseando que nuestro amigo elevaba su canto a la Pachamama o al Inti Raymi para desearnos un buen viaje y una vida feliz. Por qué no? Todavía faltaba tramo!

viernes, 27 de julio de 2007

Cuzco Parte II

Llegué temprano al punto de encuentro. Los cordobeses ya estaban pero faltaba el resto. Las agencias tienen un cupo establecido de personas para subir en grupo. En ese entonces era de 16.
Al rato largo éramos unos 8 y nos fuimos en una combi para iniciar la ruta que nos dejaría al pie del Camino del Inca.
Hacía frío pero era un día de sol radiante. Agosto.

Fuimos charlando con los cordobeses. Hablamos de nosotros y nuestras provincias, de Argentina, del futuro, de nuestras vidas. En el recorrido fueron apareciendo el resto de los integrantes del grupo.
Desayunamos en un pueblo encantador, Oyaitaitambo, un lugar que se quedó en el tiempo, con sus casitas de piedra, las montañas tan cerca, sus calles perfumadas a tierra húmeda.

El resto del viaje que fue bastante extenso, disfruté del paisaje y soñé despierta con aquello que me esperaba.

Una vez que llegamos al inicio del camino y luego de registrarnos, tuvimos que escuchar una breve charla que daban los guías, explicando un poco las bondades y desventajas de lo que se aproximaba. No quise decepcionarme y poner muchas expectativas. Sólo quería empezar a caminar.

No fue tan fácil como creía. El primer y segundo día es cuesta arriba. No lograba aún sacarme de encima los efectos de la altura y me agitaba cada diez pasos. Empecé a notar que el grupo se adelantaba mucho y los cordobeses hicieron la suya. A partir de ese momento y hasta la llegada a las ruinas, hice todo sola. Me encontré por momentos, en partes desoladas de la travesía, donde los sonidos propios de la montaña eran mis únicos acompañantes.

Traté de ponerle energía positiva pero fue muy difícil. Me pesaba la mochila porque en un acto de terquedad, metí todo lo que tenía a mano y no tuve en cuenta que iban a agregarme la bolsa de dormir y la colchoneta. Tenía un dolor de espaldas atroz, frío, sed, angustia.

A la hora del almuerzo reunían a todo el grupo y nos daban una sopa llena de cilantro, un plato de arroz o fideos con algún agregado y siempre muy condimentado.Y al final, mate de coca: una taza de té que sabe a algún yuyo como el boldo. Era lo más reconfortante, bien dulce y caliente. Reponíamos energías y salíamos otra vez, todo rapidísimo.

A la hora del té, ya nos esperaban para acampar y terminar el día. Me sacaba las zapatillas, leía un poco, descansaba. Cuando se hacía de noche, nos llamaban a comer y compartía un poco más con los cordobeses, nos reíamos, criticábamos a los gringos, mirábamos un poco las estrellas y después a dormir.

La primera noche fue de terror. Sin haberlo tenido en cuenta, empezaron a tomar lista y, como estaba sola, me dieron una carpa con una yankee que también estaba sola. El tema fue, que desde el micro le habíamos sacado la ficha a esta mina. Era una especie de nena sin desarrollar, con cara de perdida y sucia como un linyera. El olor que traía consigo esa chica, sólo podía compararse con una tropa de esclavos algodoneros trabajando al rayo de sol. Hedionda y desagradable. No hablaba mucho con el grupo y tenía una mirada extraviada y vacía. Jamás se cambió el pantalón, la remera y las medias durante cuatro días.

En el momento en que la guía dijo: ''vos, Sofía, que estás sola, te toca compartir carpa con Rachel'', quise morir. Estaba tan agotada que no atiné ni a quejarme. Vi que los cordobeses dormían con los pies afuera y que en esa carpa no había lugar para mí, tragué y con valor empecé a prepararme para dormir. Llovió toda la noche y hacía mucho frío. El olor nauseabundo de mi compañera me descolocaba y no podía pegar un ojo. A fuerza de buena voluntad, logré dormir unas 3 horas en total. Un segundo día más difícil se aproximaba.

jueves, 26 de julio de 2007

Cuzco, parte I

Escapando de una historia que no cerraba y con mi cabeza a punto de estallar, partí para Cuzco. Fue un año complicado y necesitaba un descanso.
Nadie pudo /quiso acompañarme y decidí emprender esa travesía sola.

Llegué a Cuzco a la mañana, apundada hasta la médula y con mochila a cuestas. Tomé un taxi hasta el hostel. Le digo al ''tachero'': Señor, me siento muy mal, estoy agitada, mareada y con náuseas. Yo pensaba que el tipo me iba a llevar al hospital, pero me aclaró que era la altura y que me quede tranquila.

El hostel no tuvo mejor idea que ubicarse cuesta arriba, en una callecita angosta y que ya empezaba a pintarme esa Ciudad maravillosa. Llegué como pude, y la cuadrita me llevó 15 minutos. Falta el aire, no llega a los pulmones.

Como es costumbre en estos lugares, me tocó una habitación con dos camas y el humilde encargado me dejó claro que no dudaría en golpear la puerta si se presentaba algún huésped, ya que era el último cuarto disponible. Yo me sentía tan mal que hubiese aceptado un sótano al instante.

Los síntomas tardaron en desaparecer. Fue enloquecedor. El corazón se siente en la garganta, cada pálpito ardiente. La cabeza es una hamaca que se mece sin parar y el dolor es constante y agotador. Las náuseas van y vienen al ritmo que se les antoja y con todo eso, intenté dormir porque fue el consejo de todos. Lo hice a medias. Me despertaba sobresaltada y pálida.

Cuando logré ponerme de pie, eran las 7 de la tarde y fui a recorrer un poco la plaza y a averiguar precios del camino del Inca.

Me metí en un lugar a comprar una pastilla para el apunamiento y mientras esperaba, salieron dos cordobeses por una puerta de la parte de atrás del negocio. Les dije rápidamente:
''Hola, por fin unas voces argentinas, esto está poblado de ingleses, pero por qué somos los únicos?'' Era cierto. Por esas cosas del turismo, me había topado con cientos de gringos y argentinos cero.

Nos pusimos a charlar amistosamente y me comentaron que ahí atrás por esa puerta habían reservado el camino a Machu Picchu. Se notaba que era una agencia ''apartada'' pero ni lo dudé. Era más barata también. Lo compré ahí y me aseguré la estadía en la montaña con ellos. Y qué buena decisión tomé.

Antes de subir a las ruinas. tenía dos días a mi entera disposición para hacer de turista y acostumbrarme a la altura. Saqué algunas fotos, recorrí pintorescos barrios y calles empedradas, comí cosas raras y tomé mate en la plaza de Armas. Mastiqué coca a rabiar. La altura seguía molestándome.

Conocí unos franceses y una suiza con los que fui a comer. Allá todo es así. Espontáneo, natural. Todos quieren conocerse, programar la próxima salida, compartir un tren, intercambiar historias y personajes en común, pasarse direcciones de mail y volver con la mochila repleta de experiencias.

Las noches en Cuzco no son de este mundo. Hay algo que invita a que te quedes para siempre, a que no puedas olvidarlas. Aún me parece oír la repetida música de sus improvisados boliches, las risas, las transas, las ofertas.

Me acosté temprano con el alma inquieta y la ansiedad que me desbordaba. El día siguiente sería el gran día y las ruinas me esperaban a mí.

martes, 24 de julio de 2007

Agustín

Lo conocí en una hostería en Futalaufquen, un paraíso de montañas, lagos y verdes increíbles a unos 50 km. de Esquel.

En ese entonces yo tenía 21 años y estaba recién salida del vientre familiar. Me propusieron un tentador trabajo en este lugar soñado y allí fui, con mis pocos petates, un bronceador y muchísimas ilusiones.

Luego de un mes de insoportable rutina, agotamiento y largos días de soledad, llegó Agustín. Vino con una polvorienta mochila de la que extrajo sus cartas de tarot, sus piedras mágicas y sus historias de brujos voladores y hongos alucinógenos.

Me enamoré de él al instante. No tuve otra opción. Si hubiese sido Emilio Disi me enamoraba lo mismo. Creo que busqué ocupar mi cabeza con otra cosa fuera del trabajo porque me estaba volviendo loca.

Si bien, nunca me correspondió, había en él un ''por favor, quereme igual'' que claro, lo quise igual.

Y lo quise con pasión día a día, ardiendo por abrazarlo, por tocarlo. Cada vez que lo hacía me moría y sufría y lloraba pero nada me importaba.

Le conté toda mi vida, él me contó un poco de la suya. Hablábamos, reíamos.

Un día se enfermó y yo le llevé un rosario de lápiz lásuli. Dormía. Se lo dejé en un sobre con una nota, no sin antes mirarlo y llevarme esa imagen de él dormido.

Pasaron algunos días más y Agustín se fue. Su temperamento y su falta de horarios lo cruzó con el dueño y se esfumó sin dejar rastro. A la mañana nos despertamos sin él y con un revuelo de gente buscándolo y puteándolo.

Era muy temprano, todavía no había salido el sol. Mientras me desperezaba, mi mano dio con algo que no encajaba ahí. En un costado de la cama, el rosario de lápiz lásuli y una notita: ''Agus''.

No sé cómo hizo para entrar en en nuestra habitación a la noche sin que ninguna escuchara nada. Me habrá mirado dormida? Me habrá besado? Espero que sí.

lunes, 23 de julio de 2007

De esto se trata

El sábado festejé el cumple año (1) de mi hijo.



Luego de este trayecto recorrido, tuve una semana bastante melancólica. Influyeron algunos factores que no voy a citar ahora, pero digamos que miré para atrás y añoré algunas cosas. A pesar de no ser un momento del año para hacer balances y demás (eso siempre llega por diciembre), pensé tanto en mis días de soltería (como si fuese a casarme) que no puedo dejar de mencionar aquí, para dejarlo bien asentado por las dudas, algunos recuerdos que atesoraré para siempre.

A partir de hoy, podrán encontrar anécdotas vividas y (esperemos) por vivir. Quien guste entrar, bienvenido.