miércoles, 1 de agosto de 2007

Camino del Inca, día 3

Nos levantaron de noche y a los gritos. Vamosh, vamosh, arriba! Los porteadores golpeaban y pateaban las carpas, creo que acostumbrados a los remolones que atrasaban todo.

Dormí poco, como de costumbre y el despertar se hacía cada vez más duro y fastidioso. Cambiarse rápido, no hacer contacto visual con Rachel y tener la cabeza puesta en el lugar que te esperaba para hacer pis: algún pozo lleno de moscas y chapas oxidadas haciendo las veces de ''biombo'' pero que al final, no tapaban nada y terminabas rezando para que nadie te viera.

Luego de un desayuno abundante empezamos a caminar. Este día fue un poco más simple y acompañado por los haraganes que se suman ese día (ellos compran la excursión de la caminata de un día y medio, chantas). Los agotados y los frescos se diferencian a simple vista. A estos últimos te los cruzás excitados, sonrientes y limpios. Los odiás. Ellos no van en silencio, paran mucho y sacan 25 fotos por paso.

El camino se hace bondadoso. Los paisajes son maravillosos y verdes. Se camina bien, parejo e incluso con ánimo. Por suerte pude andar a la par de los cordobeses y nos reímos bastante gastando a ''la roña'' y hablando estupideces.

La noche nos tomó por sorpresa. No teníamos más que esa linterna y yo pensaba en todas los insignificantes e inservibles cachivaches que llevaba el porteador en mi mochila y que hubiese cambiado sin pensarlo por una linterna, un farol o una antorcha.

Finalmente llegamos al campamento y pensé que había masticado demasiadas hojas de coca porque me encontré con un lugar enorme, una especie de bar gigante, vestuarios, ducha, bebidas, civilización. Me provocó algo extraño.

Lo primero que quise fue bañarme, Dios mío, una ducha. No podía creerlo. Había que sacar ficha y hacer cola con toallón y muda, más jabón, shampoo y demás. Si no habías tenido la picardía de llevarlos, qué importa, si total en el super bar te vendían todo.
Cuando llegó mi turno, una peruana en la puerta se apoderó mecánicamente de mi ficha (es una especie de pase a la ducha) y me dijo algo inentendible. Pudo ser : ''tiene x minutos para bañarse'' o ''lávese bien las partes''. Vaya uno a saber. Asentí y entré.

El vestuario tenía pocas duchas y ninguna cortina. De cárcel. No tengo problema en mostrar mi desnudez pero me pareció demasiado. Una italiana me miraba con cara de ''y sí, es lo que hay''. Me apuré y me bañé zapateando porque el agua estaba entre tibia y fría. Me cambié íntegramente, qué placer sentir la ropa sobre el cuerpo limpio.

Cuando llegamos al gran bar (se servía la comida ahí), matando un poco el tiempo nos pusimos a cebar mate y empezaron a caer los demás. Como ninguno entendía español, la charla venía así.

Cordobés 1: che, fíjense en los gringos, hijos de puta, no se bañó ninguno
Yo: por favor, decime que Rachel sí
Cordobés 1: no vino, debe estar bañándose
Yo: si se bañó, duermo abrazada toda la noche
Cordobés 2: hay un chino que me mira el mate. No esperará que le convide, no?
Yo: (al chino) querés probar?
Chino: .....
Yo: (mostrando el mate) do you want to try?
Chino: .....
Cordobés 2: Mate feo, chino, no te va a gustar, decile que no
(Risas)
Yo: me doy por vencida

El chino, agarra el mate y lo huele, se ríe y le pongo agua. Le hago gesto de ''chupá la bombilla''
Chupa. Un sorbo. Lo devuelve. La cara es de agradecimiento pero fruncida. Está claro que no le gustó. Eso sí, lo chupeteó bien y dejó la yerba flotando en el agua. Así y todo, agarro el termo y agrego un poco más. Le doy al cordobés 2.
Cordobés 2: culeada
Yo: te tocaba a vos, no me lo voy a tomar yo...

Los ingleses también miraban y también tomaron. Charlamos por primera vez. No pude evitar sacar el tema del baño. Con mucha sutileza dije que me parecía extraordinario poder bañarse luego de tres días de camino, tierra, etc. Ni se pasmaron. Una rubia boba me dijo que a ella no le importaba, riéndose añadió: ''un día más un día menos, no hay diferencia''. Andá, mugrienta. Odio que no se desesperen por estar limpios.

Llegó la comida. Carne con arroz, salsa, queso. Pedimos una coca enorme. Al rato se largó la música a todo trapo. Algunas argentinas de otros grupos salieron a putanear y revolear el culo a la pista. No tenía nada que ver. Me pareció tan patético.
Nos levantamos, prendimos la linterna y nos fuimos a las carpas que estaban en un sector atrás del bar. Era una noche fantástica y colmada de estrellas.

Rachel ya estaba acomodada y dormía. Mierda! Yo olía a bebé y ella, para despejar todas mis dudas, olía a matadero abandonado. Claro que ni pasó por la ducha. ''Ya está'', pensé, no voy a dejar que este episodio me arruine el viaje. Me conformó pensar que era mi última noche con ella. Después, con suerte no la vería nunca más. Cerré los ojos y con la música todavía sonando de fondo, me fui quedando dormida.

No hay comentarios: