martes, 24 de julio de 2007

Agustín

Lo conocí en una hostería en Futalaufquen, un paraíso de montañas, lagos y verdes increíbles a unos 50 km. de Esquel.

En ese entonces yo tenía 21 años y estaba recién salida del vientre familiar. Me propusieron un tentador trabajo en este lugar soñado y allí fui, con mis pocos petates, un bronceador y muchísimas ilusiones.

Luego de un mes de insoportable rutina, agotamiento y largos días de soledad, llegó Agustín. Vino con una polvorienta mochila de la que extrajo sus cartas de tarot, sus piedras mágicas y sus historias de brujos voladores y hongos alucinógenos.

Me enamoré de él al instante. No tuve otra opción. Si hubiese sido Emilio Disi me enamoraba lo mismo. Creo que busqué ocupar mi cabeza con otra cosa fuera del trabajo porque me estaba volviendo loca.

Si bien, nunca me correspondió, había en él un ''por favor, quereme igual'' que claro, lo quise igual.

Y lo quise con pasión día a día, ardiendo por abrazarlo, por tocarlo. Cada vez que lo hacía me moría y sufría y lloraba pero nada me importaba.

Le conté toda mi vida, él me contó un poco de la suya. Hablábamos, reíamos.

Un día se enfermó y yo le llevé un rosario de lápiz lásuli. Dormía. Se lo dejé en un sobre con una nota, no sin antes mirarlo y llevarme esa imagen de él dormido.

Pasaron algunos días más y Agustín se fue. Su temperamento y su falta de horarios lo cruzó con el dueño y se esfumó sin dejar rastro. A la mañana nos despertamos sin él y con un revuelo de gente buscándolo y puteándolo.

Era muy temprano, todavía no había salido el sol. Mientras me desperezaba, mi mano dio con algo que no encajaba ahí. En un costado de la cama, el rosario de lápiz lásuli y una notita: ''Agus''.

No sé cómo hizo para entrar en en nuestra habitación a la noche sin que ninguna escuchara nada. Me habrá mirado dormida? Me habrá besado? Espero que sí.

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