martes, 31 de julio de 2007

Cuzco, parte III (en algún momento terminará)

Me desperté al día siguiente desesperada por salir de la carpa y vestirme rápido antes de que Rachel despertara. Amanecía sin lluvia pero con frío y humedad. Estaba oscuro todavía.
Me dijeron que los ''porteadores'' (muchachos que suben y bajan de las ruinas casi todos los días de sus vidas y con 3 toneladas de peso en la espalda) cobraban la módica suma de 16 soles (en ese entonces, unos 4 pesos argentinos, una ganga), por llevarte la mochila hasta el próximo campamento. Fue mi salvación. Subí más liviana, sólo con mi agua y mi cámara de fotos.

Me sentí muy sola. El camino fue difícil y me llevó dos horas más que al resto. Hice muchas paradas en las que aproveché para respirar y tomar sorbitos de agua. Los porteadores seguían pasando y los perdía rápidamente de vista. Qué admirable esos tipitos de piel y hueso que cargan los objetos más insólitos en sus espaldas de mula. Andan en sandalias por el ripio y ropa muy liviana. Jadean y sudan pero van, van y van.

En el trayecto podés toparte con alguna cosa insólita como niños vendiendo bebidas, alguna casita de barro, animales.

En una de estas paradas y cuando avistaba el camino más adelante, me senté en una roca a descansar. Venía un peruano un poco más viejo y con menos carga pero me vio sola y se sentó a mi lado. Me miró, estaba cansado y sacó una botellita de agua color verde y muchas hojas de coca en el fondo.

- Va a las ruinas?
-.... (pero, este camino a dónde conduce si no?) ehp sí. Usted?
- Yo bajo antes
- Ah... Me senté un ratito porque estoy muy cansada (al borde del llanto, como si fuese mi terapeuta, quería contarle todo)
- Quiere un poco? (Me ofrece su brebaje)
- Tengo, gracias
- Bueno, señorita, yo voy a seguir. Fuerza que falta poco
- Chau (por favor no me dejes).

Y se fue.

Caminé un poco más, subí, toqué nieve. Creo que era algo así como el punto más alto de la montaña. Luego hay que bajar por unas rocas y poner mucha atención. Una caída ahí y te quebrás algo seguro. La fuerza por frenar a tiempo más el cansancio y el estrés, fueron a dar a mi tobillo y llegué renga y como pude al campamento, luego de 10 horas de caminata.
Uno de los cordobeses me abrazó. Creo que visualizó que me costaba y que tenía cierto mérito haber llegado (viva) a ese punto. El tercer día, decían, era el más fácil así que celebramos por eso.

La noche se presentó maravillosa. Comimos adentro de una carpa enorme un guiso caliente y bien preparado. Estábamos muy cansados pero yo no quería meterme en la carpa tan pronto. Esa noche por ley, había que disfrutarla. Teníamos una linterna entre los tres, y allá arriba no hay ninguna otra luz. La oscuridad era negrísima y sin luna. Iluminamos hasta una roca, nos sentamos y charlamos un poco más.
Volví a mi carpa del horror donde ya dormía la ''roña'' (bautizada por un cordobés) y el olor me dio pánico. Yo no pagué para padecer esto. Pero bue. Me encerré en mi bolsa de dormir, e intenté conciliar el sueño. Uno de los porteadores se puso a cantar algo en otro idioma (quechua, creo), parecía un ritual. Me pareció magnífico. Me asomé. Lo ví sentado de cuclillas, con sombrero y los ojos cerrados. Algunos otros curiosos también se asomaron. Hubo miradas de complicidad. Un inglés me sonrió y guiñó el ojo. Era nuestro ese momento. Que se jodan los que duermen. Cuando el hombrecito dio fin a su ceremonia, y sin pasmarse por los espectadores, desapareció. Yo me quedé despierta y fantaseando que nuestro amigo elevaba su canto a la Pachamama o al Inti Raymi para desearnos un buen viaje y una vida feliz. Por qué no? Todavía faltaba tramo!

viernes, 27 de julio de 2007

Cuzco Parte II

Llegué temprano al punto de encuentro. Los cordobeses ya estaban pero faltaba el resto. Las agencias tienen un cupo establecido de personas para subir en grupo. En ese entonces era de 16.
Al rato largo éramos unos 8 y nos fuimos en una combi para iniciar la ruta que nos dejaría al pie del Camino del Inca.
Hacía frío pero era un día de sol radiante. Agosto.

Fuimos charlando con los cordobeses. Hablamos de nosotros y nuestras provincias, de Argentina, del futuro, de nuestras vidas. En el recorrido fueron apareciendo el resto de los integrantes del grupo.
Desayunamos en un pueblo encantador, Oyaitaitambo, un lugar que se quedó en el tiempo, con sus casitas de piedra, las montañas tan cerca, sus calles perfumadas a tierra húmeda.

El resto del viaje que fue bastante extenso, disfruté del paisaje y soñé despierta con aquello que me esperaba.

Una vez que llegamos al inicio del camino y luego de registrarnos, tuvimos que escuchar una breve charla que daban los guías, explicando un poco las bondades y desventajas de lo que se aproximaba. No quise decepcionarme y poner muchas expectativas. Sólo quería empezar a caminar.

No fue tan fácil como creía. El primer y segundo día es cuesta arriba. No lograba aún sacarme de encima los efectos de la altura y me agitaba cada diez pasos. Empecé a notar que el grupo se adelantaba mucho y los cordobeses hicieron la suya. A partir de ese momento y hasta la llegada a las ruinas, hice todo sola. Me encontré por momentos, en partes desoladas de la travesía, donde los sonidos propios de la montaña eran mis únicos acompañantes.

Traté de ponerle energía positiva pero fue muy difícil. Me pesaba la mochila porque en un acto de terquedad, metí todo lo que tenía a mano y no tuve en cuenta que iban a agregarme la bolsa de dormir y la colchoneta. Tenía un dolor de espaldas atroz, frío, sed, angustia.

A la hora del almuerzo reunían a todo el grupo y nos daban una sopa llena de cilantro, un plato de arroz o fideos con algún agregado y siempre muy condimentado.Y al final, mate de coca: una taza de té que sabe a algún yuyo como el boldo. Era lo más reconfortante, bien dulce y caliente. Reponíamos energías y salíamos otra vez, todo rapidísimo.

A la hora del té, ya nos esperaban para acampar y terminar el día. Me sacaba las zapatillas, leía un poco, descansaba. Cuando se hacía de noche, nos llamaban a comer y compartía un poco más con los cordobeses, nos reíamos, criticábamos a los gringos, mirábamos un poco las estrellas y después a dormir.

La primera noche fue de terror. Sin haberlo tenido en cuenta, empezaron a tomar lista y, como estaba sola, me dieron una carpa con una yankee que también estaba sola. El tema fue, que desde el micro le habíamos sacado la ficha a esta mina. Era una especie de nena sin desarrollar, con cara de perdida y sucia como un linyera. El olor que traía consigo esa chica, sólo podía compararse con una tropa de esclavos algodoneros trabajando al rayo de sol. Hedionda y desagradable. No hablaba mucho con el grupo y tenía una mirada extraviada y vacía. Jamás se cambió el pantalón, la remera y las medias durante cuatro días.

En el momento en que la guía dijo: ''vos, Sofía, que estás sola, te toca compartir carpa con Rachel'', quise morir. Estaba tan agotada que no atiné ni a quejarme. Vi que los cordobeses dormían con los pies afuera y que en esa carpa no había lugar para mí, tragué y con valor empecé a prepararme para dormir. Llovió toda la noche y hacía mucho frío. El olor nauseabundo de mi compañera me descolocaba y no podía pegar un ojo. A fuerza de buena voluntad, logré dormir unas 3 horas en total. Un segundo día más difícil se aproximaba.

jueves, 26 de julio de 2007

Cuzco, parte I

Escapando de una historia que no cerraba y con mi cabeza a punto de estallar, partí para Cuzco. Fue un año complicado y necesitaba un descanso.
Nadie pudo /quiso acompañarme y decidí emprender esa travesía sola.

Llegué a Cuzco a la mañana, apundada hasta la médula y con mochila a cuestas. Tomé un taxi hasta el hostel. Le digo al ''tachero'': Señor, me siento muy mal, estoy agitada, mareada y con náuseas. Yo pensaba que el tipo me iba a llevar al hospital, pero me aclaró que era la altura y que me quede tranquila.

El hostel no tuvo mejor idea que ubicarse cuesta arriba, en una callecita angosta y que ya empezaba a pintarme esa Ciudad maravillosa. Llegué como pude, y la cuadrita me llevó 15 minutos. Falta el aire, no llega a los pulmones.

Como es costumbre en estos lugares, me tocó una habitación con dos camas y el humilde encargado me dejó claro que no dudaría en golpear la puerta si se presentaba algún huésped, ya que era el último cuarto disponible. Yo me sentía tan mal que hubiese aceptado un sótano al instante.

Los síntomas tardaron en desaparecer. Fue enloquecedor. El corazón se siente en la garganta, cada pálpito ardiente. La cabeza es una hamaca que se mece sin parar y el dolor es constante y agotador. Las náuseas van y vienen al ritmo que se les antoja y con todo eso, intenté dormir porque fue el consejo de todos. Lo hice a medias. Me despertaba sobresaltada y pálida.

Cuando logré ponerme de pie, eran las 7 de la tarde y fui a recorrer un poco la plaza y a averiguar precios del camino del Inca.

Me metí en un lugar a comprar una pastilla para el apunamiento y mientras esperaba, salieron dos cordobeses por una puerta de la parte de atrás del negocio. Les dije rápidamente:
''Hola, por fin unas voces argentinas, esto está poblado de ingleses, pero por qué somos los únicos?'' Era cierto. Por esas cosas del turismo, me había topado con cientos de gringos y argentinos cero.

Nos pusimos a charlar amistosamente y me comentaron que ahí atrás por esa puerta habían reservado el camino a Machu Picchu. Se notaba que era una agencia ''apartada'' pero ni lo dudé. Era más barata también. Lo compré ahí y me aseguré la estadía en la montaña con ellos. Y qué buena decisión tomé.

Antes de subir a las ruinas. tenía dos días a mi entera disposición para hacer de turista y acostumbrarme a la altura. Saqué algunas fotos, recorrí pintorescos barrios y calles empedradas, comí cosas raras y tomé mate en la plaza de Armas. Mastiqué coca a rabiar. La altura seguía molestándome.

Conocí unos franceses y una suiza con los que fui a comer. Allá todo es así. Espontáneo, natural. Todos quieren conocerse, programar la próxima salida, compartir un tren, intercambiar historias y personajes en común, pasarse direcciones de mail y volver con la mochila repleta de experiencias.

Las noches en Cuzco no son de este mundo. Hay algo que invita a que te quedes para siempre, a que no puedas olvidarlas. Aún me parece oír la repetida música de sus improvisados boliches, las risas, las transas, las ofertas.

Me acosté temprano con el alma inquieta y la ansiedad que me desbordaba. El día siguiente sería el gran día y las ruinas me esperaban a mí.

martes, 24 de julio de 2007

Agustín

Lo conocí en una hostería en Futalaufquen, un paraíso de montañas, lagos y verdes increíbles a unos 50 km. de Esquel.

En ese entonces yo tenía 21 años y estaba recién salida del vientre familiar. Me propusieron un tentador trabajo en este lugar soñado y allí fui, con mis pocos petates, un bronceador y muchísimas ilusiones.

Luego de un mes de insoportable rutina, agotamiento y largos días de soledad, llegó Agustín. Vino con una polvorienta mochila de la que extrajo sus cartas de tarot, sus piedras mágicas y sus historias de brujos voladores y hongos alucinógenos.

Me enamoré de él al instante. No tuve otra opción. Si hubiese sido Emilio Disi me enamoraba lo mismo. Creo que busqué ocupar mi cabeza con otra cosa fuera del trabajo porque me estaba volviendo loca.

Si bien, nunca me correspondió, había en él un ''por favor, quereme igual'' que claro, lo quise igual.

Y lo quise con pasión día a día, ardiendo por abrazarlo, por tocarlo. Cada vez que lo hacía me moría y sufría y lloraba pero nada me importaba.

Le conté toda mi vida, él me contó un poco de la suya. Hablábamos, reíamos.

Un día se enfermó y yo le llevé un rosario de lápiz lásuli. Dormía. Se lo dejé en un sobre con una nota, no sin antes mirarlo y llevarme esa imagen de él dormido.

Pasaron algunos días más y Agustín se fue. Su temperamento y su falta de horarios lo cruzó con el dueño y se esfumó sin dejar rastro. A la mañana nos despertamos sin él y con un revuelo de gente buscándolo y puteándolo.

Era muy temprano, todavía no había salido el sol. Mientras me desperezaba, mi mano dio con algo que no encajaba ahí. En un costado de la cama, el rosario de lápiz lásuli y una notita: ''Agus''.

No sé cómo hizo para entrar en en nuestra habitación a la noche sin que ninguna escuchara nada. Me habrá mirado dormida? Me habrá besado? Espero que sí.

lunes, 23 de julio de 2007

De esto se trata

El sábado festejé el cumple año (1) de mi hijo.



Luego de este trayecto recorrido, tuve una semana bastante melancólica. Influyeron algunos factores que no voy a citar ahora, pero digamos que miré para atrás y añoré algunas cosas. A pesar de no ser un momento del año para hacer balances y demás (eso siempre llega por diciembre), pensé tanto en mis días de soltería (como si fuese a casarme) que no puedo dejar de mencionar aquí, para dejarlo bien asentado por las dudas, algunos recuerdos que atesoraré para siempre.

A partir de hoy, podrán encontrar anécdotas vividas y (esperemos) por vivir. Quien guste entrar, bienvenido.