lunes, 13 de agosto de 2007

La nena y yo

Siempre fui muy enamoradiza. Soñaba despierta con ridículas historias de finales felices, en donde el ''chico'' de mis sueños me pedía que fuésemos novios y yo me pavoneaba a su lado hinchada de orgullo por la conquista que, en la vida real era absolutamente imposible.

En el colegio, todas las chicas suspirábamos por alguno. Bestiaria afirma que el afortunado galán es aquel que corre más rápido. En mi caso, y para no ser menos, también me enamoré del que corría rápido y del gracioso/chistoso y del rebelde repetidor y del que se tiraba valientemente del trampolín más alto de la pileta. Todos tuvieron sus poco merecidos corazones con nombre y apellido en alguna hoja de la carpeta, o en algún rincón de mi destartalada y manoseada agenda donde también pegoteaba, entre otras cosas, envoltorios de golosinas, cajas de cigarrillos, entradas de cine o fotos de artistas.

No puedo describir con facilidad lo que he sentido por cada uno de ellos porque ha pasado algún tiempo, así que voy a dedicar este post al único que creo, lo merece. Ya verán ustedes por qué.

Vengo de un barrio de provincia. Es natural que los vecinos compartan colegio, club, Iglesia, plaza, etc. En este caso, ambos asistíamos al mismo colegio pero en diferentes turnos. No obstante, gozaba del privilegio de verlo en el club prácticamente todos los días de la temporada de verano. Mi mamá nos había hecho socios a mi hermano y a mí y yo no faltaba un día. Sin embargo, jamás toqué el agua de la pileta e incluso, entraba al solarium vestida de pies a cabeza, un poco por trauma corporal púber /adolescente, otro poco, por inseguridad. Mi masoquismo diario consistía en perecer bajo el sol, con un grupo de chicas con los mismos síntomas y personalidades, hablando idioteces del colegio, de chicos, de ''asaltos'' de música y comida durante horas mientras mirábamos, nerviosas y embobadas a ELLOS. Ellos eran, el motivo de nuestra presencia ahí. Desde luego, ELLOS no tenían complejos. Se tiraban de bomba, apostaban ''una coca'' a ver quién hacía triple mortal desde el borde, competían bajo el agua y salían morados de asfixia, nadaban molestando al resto y siempre reían, tan infantiles. El también pertenecía a ese grupo, afortunadamente para mí, porque lo tenía a la vista todo el tiempo.

En esa época yo era una más del montón, con bastantes kilos de sobra y un poco más desarrollada que el resto de las chicas. En síntesis: los chicos no se fijaban en mí. Por lo menos los que me gustaban. El, muchísimo menos.

Yo sabía que él iba a la pileta todos los días y esperaba hasta el desmayo que finalizara el horario del mediodía, en donde nos cerraban las puertas del natatorio para que las viejas pudieran asolearse y nadar tres largos en 40 minutos. Cuando el reloj daba las 3, corríamos a los vestuarios, pasábamos por el control y nos instalábamos en nuestro lugarcito predilecto en el solarium: una terraza balcón, donde teníamos vista completa a los trampolines, a la pileta, a la calle, al quincho y al parque. Perder ese lugar, significaba pasarla muy mal.

Como una fiera que espera paciente la llegada de su presa, yo esperaba su arribo. No quitaba los ojos de la entrada y cada chico que salía era una decepción diferente. Pasaban los minutos como si fueran siglos.
Disfruté mirarlo todos los días que fue al club. Disfruté las fantasías y disfruté las pocas veces que, por casualidad, cruzamos miradas. Todas las noches me dormía con música cursi sonando a todo trapo en los auriculares, mientras soñaba que me quería.

Llegaron las clases y un día de frenética y enloquecedora lluvia, me encontré sola en la puerta del colegio, esperando que salga el sol. Dos vecinos me dijeron que se iban caminando. Cambié de parecer y me fui con ellos, al final, acompañada, la lluvia no es igual. Sin darme cuenta, él apareció de la nada y se sumó. Sentí taquicardia y creo que mi cara se puso de mil colores cuando me saludó con total naturalidad y hasta creo que me dijo algo de: ''te vi en el club'' o ''...del barrio...''. Juro que no lo recuerdo. Caían cataratas del cielo y en las calles no había autos, ni gente, claro. Para mí, el escenario era encantador y maravilloso. Estaba con él caminando a la par, e incluso, riendo y charlando como viejos amigos. ''Se dará cuenta de lo que me pasa?'', rogaba que no.
El resto de los chicos fueron separándose hacia sus casas y quedamos solos. Seguía lloviendo. Nosotros vivíamos a cuatro cuadras. Llegamos a la esquina levanté la vista y lo miré empapado. Qué ganas de darle un beso. Hubiese sido tan ideal, tan perfecto. No pasó.

Se despidió amablemente con un saludo habitual y cruzó la calle. Muerta de frío volví a casa. Me sentía feliz. Me había acercado a él por primera vez y sentí que algo empezaba entre nosotros. Me equivoqué.

Muchas veces más nos vimos y busqué señales de su parte, hablábamos, compartíamos algunas cosas pero siempre nos envolvía un aire amistoso. Me resistía a no tenerlo. Sabía que él no me correspondía ni un poquito pero lo negaba con el dolor de la resignación y un forzado desinterés. Alguna vez tuve que aceptarlo. Tampoco recuerdo cuándo fue.

Otras historias y otros sucesos nos fueron distanciando. Yo cambié de colegio, de amistades, de ambiente. Inevitablemente fui olvidándolo y pasó a ser un recuerdo impreciso de todos esos episodios que habíamos compartido.

Unos diez años después, salí una noche con mis amigas. Fuimos a divertirnos, estábamos de muy buen humor y con necesidad de pasarla bien. Me sentía radiante y segura. Era verano. El lugar empezó a llenarse compulsivamente y nos ubicamos en un sector estratégico para embriagarnos y bailar.

En la oscuridad de la enorme pista, y tratando de escapar del gentío, me crucé con él. Seguí de largo pero quedamos casi enfrentados.Pude observar en un segundo que él, tenía más interés del que tenía yo. Me tocó la cabeza y me dijo:

- perdida... - buscando acercarse.
- hola! - Sonreí.

Nos abrazamos. Charlamos a los gritos algunas estupideces para romper el hielo. Yo estaba borracha y una electricidad me corría por las venas. Pensaba en la ingratitud de la adolescencia, en todo lo que había sufrido por él y ahora, lo tenía ahí tratando de descubrir cada parte de mí, diciéndome cuánto había cambiado - ''Estás hermosa'' - Hablaba sin sacarme los ojos de encima. Me incomodaba pero me hacía bien. Me tomaba de las manos y quería acercarse más. No pude resistirlo. Estábamos tan cerca y yo tenía tantos besos pendientes con él. Nos acercamos cada vez más hasta que suavemente acercó su boca a la mía y me besó. Estuvimos un largo rato besándonos. Para mí, se habían ido todos. Me concentré en ese beso para recordarlo siempre. Alguien nos empujó y bajé a la tierra. Lo miré sin decir nada y dándole una excusa cualquiera me fui de ahí y no volví. Supuse que me veía alejándome, no lo sé.

Fue lindo, sí, pero no quería más que eso. Creo que más que quererlo, me lo debía. Además ya no era lo mismo.

La noche continuó su paso y no lo vi más.

A la madrugada, ya de día, me recosté en el asiento del auto que me llevaba a casa y cerré los ojos. Sonreí pensando en los giros inesperados que tiene esta vida pero más que nada, pensando en mí diez años atrás. Y ahí estaba yo, enamorada y confundida, incapaz de conquistarlo. Creo que medio dormida, le guiñé un ojo.

jueves, 2 de agosto de 2007

Camino del Inca. El final.

Me habían dicho que el día final comenzaba muy temprano. A eso de las 4 (AM!!) siento los manotazos en la carpa y otra vez el vamosh, arriba, arriba amigosh. No entendía nada. Qué sueño. Todavía con el pelo mojado y los ojos cerrados empecé a ponerme las zapatillas. Rachel estaba en lo mismo. Ese día era todo mío y lo había esperado tanto que por poco y le hablo.

Rápidamente salí de la carpa y grité: ''Córdobaaa!'' Los cordobeses con voz de ultratumba me gritaron alguna incongruencia y como ciega llegué hasta ellos. A partir de ese momento empezamos a caminar por el ripio de precipicio a oscuras y con esa linterna bendita. No había tiempo de hacer preguntas, todos caminaban velozmente y queriendo llegar a algún lado. Imagino que a las ruinas pero todos sabíamos que faltaban horas para eso.

La luz llegó rápido y fue un espectáculo emocionante. Ese punto de la montaña con el alba y el sonido de los pasos nos dejaban sin habla. Estaba empezando a amanecer cuando nos topamos con La Puerta del Sol. Una muralla de piedra que había que escalar. Así lo hicimos y al cruzar me encontré con una interesante cantidad de personas que avistaban enmudecidos el acontecimiento más adelante. Allá chiquitas, pero visibles, las ruinas, con el sol que asomaba, con ese cielo tan claro.

No lo esperaba y me quedé pasmada, sin dejar de mirarlas. Pensé muchas cosas, frases hechas, cursilerías pero qué paz que sentí.

Lo que quedaba hasta llegar a ellas no fue muy largo pero la ansiedad era insoportable. Parecía un laberinto que no terminaba más y las ruinas se veían cada vez más cerca.

Por fin llegamos a la entrada. Qué horror. Todo comercializado cual entrada a Temaikén. Molinetes, ventanillas, negocio de buzos de llama y alpaca, restaurante y café.
Nuestro guía esperaba y corrimos a su encuentro. Todo lo que dijo fue de memoria pero no importaba, sonaba igualmente mágico. Me tomé un tiempo largo para recorrer las ruinas sola. Lo necesitaba. Caminé un poco más, fui por todos los rincones. Me llené de ese aire, de esa energía.
Me recosté con los cordobeses a tomar sol y a charlar un poco más. Traté de quedarme lo más que pude hasta que el reloj me recordó que tenía que encontrarme con mi grupo para partir.

Me despedí con una mirada y con una tristeza terrible. No quería irme! Me subí a la combi y me depositaron en Aguas Calientes, el pueblo que está, podría decirse, a los pies de las ruinas. Es pintoresco y precioso. Altas montañas rodean una feria. Pocos hoteles se destacan entre la humildad de las viviendas. Algunos restaurantes, algunos casas por construir, caminos de tierra.
Nos encontramos en una pizzería a comer algo y a intercambiar trivialidades (Buenos Aires versus Londres, idiomas, cómo se dice cerveza? Vos sos holandés? Así que Galápagos es muy caro? etc, etc.).

Con la panza llena llegamos al tren que nos conducía a Cuzco. Esperamos un rato en la terminal repleta de gente y cuando caía la tarde, emprendimos el regreso. En el tren me ubiqué con los cordobeses y un italiano que estaba piradísimo.

Lloré durante el primer tramo. No sabía por qué pero miré por la ventanilla y dejé que pasara. Me vino bien. Todos me vieron pero fingieron que no. No quería hablar ni que me hablaran. Después de todo aún faltaban algunas horas para llegar. Teníamos tiempo.

Llegamos a Cuzco y con los cordobeses tomamos un taxi para el centro. Por el rabillo del ojo vi a Rachel que se acercaba y escuché algo así como: a dónde van? Donde están parando? No contesté. Entre el lío de la estación más el cansancio y agregando que no me importaba en lo más mínimo y que olía como un batallón de pescado podrido, me metí rápidamente en el taxi y con seriedad le dije desde adentro: todavía no sé pero me esperan. Chau, Rachel, cuidate.

Cuzco me pareció más linda que nunca. Lloviznaba y sentí que me estaba esperando. Los cordobeses estaban parando en otro hostel pero quedamos en encontrarnos para comer y salir. Ellos partirían hacia Córdoba al día siguiente bien temprano. A mí me quedaba un día más. No me gustó nada pensar que iba a estar sola. Me había acostumbrado a ellos.

Llegué al hostel y me esperaba una habitación enorme con 5 camas pero en planta baja y mucho mejor que la otra. Con el tiempo justo, me bañé, me cambié, acomodé un poco mis cosas y salí. Hacía frío pero me sentó bien. Tenía la cara ardiendo del sol de Machu Picchu. No era una noche particularmente feliz. Estaba melancólica y pensativa.

Fuimos a comer y nos siguieron dos peruanas. Ellos me contaron que ambas los perseguían desde que llegaron. Los acosaban para ir a bailar al antro para el que laburaban. Repartían tarjetas en la calle y te metían prácticamente de los pelos ofreciéndote Cuba libre por 3 soles. Un regalo.

Las chicas nos miraban comer pero estaban derretidas por estos dos personajes. Me divertía mucho la situación.
Luego fuimos a brindar y a ponernos en pedo al boliche este de cuatro paredes, una barra don dos botellas, tres mesas, y una luz roja como única iluminación. Estaba lleno de turistas vestidos de montañeses. No había producción ni maquillaje. No es el mismo ambiente que podés encontrar acá. Allá los mochileros se juntan a chupar hasta la insania y cuando se desinhiben por completo, salen a la pobre pista de cemento a espantar a todos con sus movimientos de robot con epilepsia.

En una mesa nos sentamos los cinco. Parecía que sobraba alguien pero ellos no tenían interés en las peruanas así que me quedé tranquila. Saqué algunas fotos por una ventana que daba directo a la plaza, me tomé unos tragos y el resto de la noche traté de olvidarme de todos los problemas que me esperaban en Buenos Aires y de mi tristeza.

Nos entonamos rápido. Una de las peruanas le tiraba la boca abierta al cordobés 1. El cordobés sólo quería charlar y no sabía cómo esquivarla. Le corrió la cara más de una vez. Humillante.
Con el otro nos moríamos de risa (su peruana había desistido). Hablamos idioteces típicas de borracho pero vinieron bien para despejar. tatuajes, futuro, otros viajes, deporte, chupi.

En un momento di por terminada mi noche y como odio tanto las despedidas, abracé y besé a cada uno de ellos, despidiéndome para siempre. Lloré mientras abrazaba a mi cordobés 2, porque lo iba a extrañar de verdad y porque me dolía el alma no haber tenido más tiempo para conocerlo. Hubiésemos tenido tanto en común.

Volví al hostel, me desvestí en silencio, me abrigué y me acurruqué sola en la cama helada. Qué cansancio. No quería sacar cuentas de las horas que había dormido en 4 días ni tampoco las que había caminado. No recuerdo más, pero creo que me desmayé.

A las 6 de la mañana, sentí la puerta que se abría y tres venezolanos que entraban a dormir. Los miré de reojo pero no hablaron y se acostaron volando. Hice un pacto con mi cuerpo y decidimos recuperar fuerzas. Las ganas de hacer de turista me habían abandonado y preferí descansar. ''Amanecí'' a las 4 de la tarde. Subí a la terraza y me quedé ahí un rato, viendo los techos mientras recopilaba imágenes perfectas de mi travesía.

Cuzco de mi vida. Te dejé un pedacito de cuore por ahí.... Ahora es tuyo.

FIN
18/08/2000

miércoles, 1 de agosto de 2007

Camino del Inca, día 3

Nos levantaron de noche y a los gritos. Vamosh, vamosh, arriba! Los porteadores golpeaban y pateaban las carpas, creo que acostumbrados a los remolones que atrasaban todo.

Dormí poco, como de costumbre y el despertar se hacía cada vez más duro y fastidioso. Cambiarse rápido, no hacer contacto visual con Rachel y tener la cabeza puesta en el lugar que te esperaba para hacer pis: algún pozo lleno de moscas y chapas oxidadas haciendo las veces de ''biombo'' pero que al final, no tapaban nada y terminabas rezando para que nadie te viera.

Luego de un desayuno abundante empezamos a caminar. Este día fue un poco más simple y acompañado por los haraganes que se suman ese día (ellos compran la excursión de la caminata de un día y medio, chantas). Los agotados y los frescos se diferencian a simple vista. A estos últimos te los cruzás excitados, sonrientes y limpios. Los odiás. Ellos no van en silencio, paran mucho y sacan 25 fotos por paso.

El camino se hace bondadoso. Los paisajes son maravillosos y verdes. Se camina bien, parejo e incluso con ánimo. Por suerte pude andar a la par de los cordobeses y nos reímos bastante gastando a ''la roña'' y hablando estupideces.

La noche nos tomó por sorpresa. No teníamos más que esa linterna y yo pensaba en todas los insignificantes e inservibles cachivaches que llevaba el porteador en mi mochila y que hubiese cambiado sin pensarlo por una linterna, un farol o una antorcha.

Finalmente llegamos al campamento y pensé que había masticado demasiadas hojas de coca porque me encontré con un lugar enorme, una especie de bar gigante, vestuarios, ducha, bebidas, civilización. Me provocó algo extraño.

Lo primero que quise fue bañarme, Dios mío, una ducha. No podía creerlo. Había que sacar ficha y hacer cola con toallón y muda, más jabón, shampoo y demás. Si no habías tenido la picardía de llevarlos, qué importa, si total en el super bar te vendían todo.
Cuando llegó mi turno, una peruana en la puerta se apoderó mecánicamente de mi ficha (es una especie de pase a la ducha) y me dijo algo inentendible. Pudo ser : ''tiene x minutos para bañarse'' o ''lávese bien las partes''. Vaya uno a saber. Asentí y entré.

El vestuario tenía pocas duchas y ninguna cortina. De cárcel. No tengo problema en mostrar mi desnudez pero me pareció demasiado. Una italiana me miraba con cara de ''y sí, es lo que hay''. Me apuré y me bañé zapateando porque el agua estaba entre tibia y fría. Me cambié íntegramente, qué placer sentir la ropa sobre el cuerpo limpio.

Cuando llegamos al gran bar (se servía la comida ahí), matando un poco el tiempo nos pusimos a cebar mate y empezaron a caer los demás. Como ninguno entendía español, la charla venía así.

Cordobés 1: che, fíjense en los gringos, hijos de puta, no se bañó ninguno
Yo: por favor, decime que Rachel sí
Cordobés 1: no vino, debe estar bañándose
Yo: si se bañó, duermo abrazada toda la noche
Cordobés 2: hay un chino que me mira el mate. No esperará que le convide, no?
Yo: (al chino) querés probar?
Chino: .....
Yo: (mostrando el mate) do you want to try?
Chino: .....
Cordobés 2: Mate feo, chino, no te va a gustar, decile que no
(Risas)
Yo: me doy por vencida

El chino, agarra el mate y lo huele, se ríe y le pongo agua. Le hago gesto de ''chupá la bombilla''
Chupa. Un sorbo. Lo devuelve. La cara es de agradecimiento pero fruncida. Está claro que no le gustó. Eso sí, lo chupeteó bien y dejó la yerba flotando en el agua. Así y todo, agarro el termo y agrego un poco más. Le doy al cordobés 2.
Cordobés 2: culeada
Yo: te tocaba a vos, no me lo voy a tomar yo...

Los ingleses también miraban y también tomaron. Charlamos por primera vez. No pude evitar sacar el tema del baño. Con mucha sutileza dije que me parecía extraordinario poder bañarse luego de tres días de camino, tierra, etc. Ni se pasmaron. Una rubia boba me dijo que a ella no le importaba, riéndose añadió: ''un día más un día menos, no hay diferencia''. Andá, mugrienta. Odio que no se desesperen por estar limpios.

Llegó la comida. Carne con arroz, salsa, queso. Pedimos una coca enorme. Al rato se largó la música a todo trapo. Algunas argentinas de otros grupos salieron a putanear y revolear el culo a la pista. No tenía nada que ver. Me pareció tan patético.
Nos levantamos, prendimos la linterna y nos fuimos a las carpas que estaban en un sector atrás del bar. Era una noche fantástica y colmada de estrellas.

Rachel ya estaba acomodada y dormía. Mierda! Yo olía a bebé y ella, para despejar todas mis dudas, olía a matadero abandonado. Claro que ni pasó por la ducha. ''Ya está'', pensé, no voy a dejar que este episodio me arruine el viaje. Me conformó pensar que era mi última noche con ella. Después, con suerte no la vería nunca más. Cerré los ojos y con la música todavía sonando de fondo, me fui quedando dormida.