jueves, 2 de agosto de 2007

Camino del Inca. El final.

Me habían dicho que el día final comenzaba muy temprano. A eso de las 4 (AM!!) siento los manotazos en la carpa y otra vez el vamosh, arriba, arriba amigosh. No entendía nada. Qué sueño. Todavía con el pelo mojado y los ojos cerrados empecé a ponerme las zapatillas. Rachel estaba en lo mismo. Ese día era todo mío y lo había esperado tanto que por poco y le hablo.

Rápidamente salí de la carpa y grité: ''Córdobaaa!'' Los cordobeses con voz de ultratumba me gritaron alguna incongruencia y como ciega llegué hasta ellos. A partir de ese momento empezamos a caminar por el ripio de precipicio a oscuras y con esa linterna bendita. No había tiempo de hacer preguntas, todos caminaban velozmente y queriendo llegar a algún lado. Imagino que a las ruinas pero todos sabíamos que faltaban horas para eso.

La luz llegó rápido y fue un espectáculo emocionante. Ese punto de la montaña con el alba y el sonido de los pasos nos dejaban sin habla. Estaba empezando a amanecer cuando nos topamos con La Puerta del Sol. Una muralla de piedra que había que escalar. Así lo hicimos y al cruzar me encontré con una interesante cantidad de personas que avistaban enmudecidos el acontecimiento más adelante. Allá chiquitas, pero visibles, las ruinas, con el sol que asomaba, con ese cielo tan claro.

No lo esperaba y me quedé pasmada, sin dejar de mirarlas. Pensé muchas cosas, frases hechas, cursilerías pero qué paz que sentí.

Lo que quedaba hasta llegar a ellas no fue muy largo pero la ansiedad era insoportable. Parecía un laberinto que no terminaba más y las ruinas se veían cada vez más cerca.

Por fin llegamos a la entrada. Qué horror. Todo comercializado cual entrada a Temaikén. Molinetes, ventanillas, negocio de buzos de llama y alpaca, restaurante y café.
Nuestro guía esperaba y corrimos a su encuentro. Todo lo que dijo fue de memoria pero no importaba, sonaba igualmente mágico. Me tomé un tiempo largo para recorrer las ruinas sola. Lo necesitaba. Caminé un poco más, fui por todos los rincones. Me llené de ese aire, de esa energía.
Me recosté con los cordobeses a tomar sol y a charlar un poco más. Traté de quedarme lo más que pude hasta que el reloj me recordó que tenía que encontrarme con mi grupo para partir.

Me despedí con una mirada y con una tristeza terrible. No quería irme! Me subí a la combi y me depositaron en Aguas Calientes, el pueblo que está, podría decirse, a los pies de las ruinas. Es pintoresco y precioso. Altas montañas rodean una feria. Pocos hoteles se destacan entre la humildad de las viviendas. Algunos restaurantes, algunos casas por construir, caminos de tierra.
Nos encontramos en una pizzería a comer algo y a intercambiar trivialidades (Buenos Aires versus Londres, idiomas, cómo se dice cerveza? Vos sos holandés? Así que Galápagos es muy caro? etc, etc.).

Con la panza llena llegamos al tren que nos conducía a Cuzco. Esperamos un rato en la terminal repleta de gente y cuando caía la tarde, emprendimos el regreso. En el tren me ubiqué con los cordobeses y un italiano que estaba piradísimo.

Lloré durante el primer tramo. No sabía por qué pero miré por la ventanilla y dejé que pasara. Me vino bien. Todos me vieron pero fingieron que no. No quería hablar ni que me hablaran. Después de todo aún faltaban algunas horas para llegar. Teníamos tiempo.

Llegamos a Cuzco y con los cordobeses tomamos un taxi para el centro. Por el rabillo del ojo vi a Rachel que se acercaba y escuché algo así como: a dónde van? Donde están parando? No contesté. Entre el lío de la estación más el cansancio y agregando que no me importaba en lo más mínimo y que olía como un batallón de pescado podrido, me metí rápidamente en el taxi y con seriedad le dije desde adentro: todavía no sé pero me esperan. Chau, Rachel, cuidate.

Cuzco me pareció más linda que nunca. Lloviznaba y sentí que me estaba esperando. Los cordobeses estaban parando en otro hostel pero quedamos en encontrarnos para comer y salir. Ellos partirían hacia Córdoba al día siguiente bien temprano. A mí me quedaba un día más. No me gustó nada pensar que iba a estar sola. Me había acostumbrado a ellos.

Llegué al hostel y me esperaba una habitación enorme con 5 camas pero en planta baja y mucho mejor que la otra. Con el tiempo justo, me bañé, me cambié, acomodé un poco mis cosas y salí. Hacía frío pero me sentó bien. Tenía la cara ardiendo del sol de Machu Picchu. No era una noche particularmente feliz. Estaba melancólica y pensativa.

Fuimos a comer y nos siguieron dos peruanas. Ellos me contaron que ambas los perseguían desde que llegaron. Los acosaban para ir a bailar al antro para el que laburaban. Repartían tarjetas en la calle y te metían prácticamente de los pelos ofreciéndote Cuba libre por 3 soles. Un regalo.

Las chicas nos miraban comer pero estaban derretidas por estos dos personajes. Me divertía mucho la situación.
Luego fuimos a brindar y a ponernos en pedo al boliche este de cuatro paredes, una barra don dos botellas, tres mesas, y una luz roja como única iluminación. Estaba lleno de turistas vestidos de montañeses. No había producción ni maquillaje. No es el mismo ambiente que podés encontrar acá. Allá los mochileros se juntan a chupar hasta la insania y cuando se desinhiben por completo, salen a la pobre pista de cemento a espantar a todos con sus movimientos de robot con epilepsia.

En una mesa nos sentamos los cinco. Parecía que sobraba alguien pero ellos no tenían interés en las peruanas así que me quedé tranquila. Saqué algunas fotos por una ventana que daba directo a la plaza, me tomé unos tragos y el resto de la noche traté de olvidarme de todos los problemas que me esperaban en Buenos Aires y de mi tristeza.

Nos entonamos rápido. Una de las peruanas le tiraba la boca abierta al cordobés 1. El cordobés sólo quería charlar y no sabía cómo esquivarla. Le corrió la cara más de una vez. Humillante.
Con el otro nos moríamos de risa (su peruana había desistido). Hablamos idioteces típicas de borracho pero vinieron bien para despejar. tatuajes, futuro, otros viajes, deporte, chupi.

En un momento di por terminada mi noche y como odio tanto las despedidas, abracé y besé a cada uno de ellos, despidiéndome para siempre. Lloré mientras abrazaba a mi cordobés 2, porque lo iba a extrañar de verdad y porque me dolía el alma no haber tenido más tiempo para conocerlo. Hubiésemos tenido tanto en común.

Volví al hostel, me desvestí en silencio, me abrigué y me acurruqué sola en la cama helada. Qué cansancio. No quería sacar cuentas de las horas que había dormido en 4 días ni tampoco las que había caminado. No recuerdo más, pero creo que me desmayé.

A las 6 de la mañana, sentí la puerta que se abría y tres venezolanos que entraban a dormir. Los miré de reojo pero no hablaron y se acostaron volando. Hice un pacto con mi cuerpo y decidimos recuperar fuerzas. Las ganas de hacer de turista me habían abandonado y preferí descansar. ''Amanecí'' a las 4 de la tarde. Subí a la terraza y me quedé ahí un rato, viendo los techos mientras recopilaba imágenes perfectas de mi travesía.

Cuzco de mi vida. Te dejé un pedacito de cuore por ahí.... Ahora es tuyo.

FIN
18/08/2000

No hay comentarios: